San Andrés | La Isla Bajo el Mar

Justo cuando cayó la primera tarde, con el último rayito de sol y la luna de intrusa, justo ahí se me ocurrió que estaba en #LaIslaBajoelMar. Que Zarité era la chica que cargaba a su muchachito en el malecón, esperando no sé qué o no sé a quién.

#SanAndrés me ratificó la presunción de un mundo oculto en las cárcavas culturales de nuestros pequeños territorios sometidos. Una isla con dos caras, pero con una identidad innegable, son ellos, ahí, desde siempre. Africanos traídos a rastras, escondidos en una montaña. Resistiendo con el idioma y la añoranza de sus ancestros. Cómo también ocurre en Haití y en Jamaica. Como pasa en los suburbios de Florida o en cualquier rincón de América.

Rodar por la Isla del archipiélago es meterse en una cueva de piratas y leyendas heróicas de navegantes. Es imaginarse las disputas de imperios por un pedazo de tierra para perpetuar la colonización. Estar en los calabozos, aunque recreados, es estremecerse por el dolor de los azotes.

En el paseo se escucha inglés, creole y castellano. Ingleses, resistencia y vencedores. También está el fruto del pan, un símbolo de las bondades de la tierra. Mar adentro los cayos: hoy bañistas, reguetón y alcohol. Nalgas al aire.

Un paraíso del caribe con pasado doloroso. Y con presente incierto, sobre todo para los venezolanos que se lanzan al océano empujados por la necesidad y la desesperación. Escapan a la selva del Darién, pero se enfrentan a otras mafias que trafican con la dignidad. Así como hacían con los esclavos del siglo dieciséis o diecisiete.

Con el segundo atardecer, en la última hora del disfrute me pregunté dónde estaba, que si era Colombia. Y sí, la bandera se ilumina en un barco. Pero la sensación es que la gente de San Andrés se siente isleña, caribeña, africana.

Son ellos, con su gañote de orilla y su pasado esclavo. Ajenos a la geopolítica y los reclamos. Total, siempre han sido ellos contra el mundo.

Zarité sigue ahí, con su muchachito, mirando el mar, que se confunde con el cielo. Los viejos, quizás, también miraban al infinito, en la profundidad de la memoria, imaginando la hora de volver.